martes, 1 de abril de 2008

Mi PRiMeRa VeZ PoR DoS MoNeDaS

No estaba seguro de contar esta historia. No me gusta demostrar debilidad, nerviosismo, o inseguridad (la que demuestro al decir que no estaba seguro). Fue un trauma, fue difícil, ni siquiera sé si la pase bien, mal, o como mierda. Acá les va y punto.
Era algo que todo el mundo sabía que iba a pasar, una situación que no se iba a poder evitar, por eso pregunté sobre el tema a la gente que me rodeaba. Los más cancheros dijeron “no te hagas drama, todo va a salir bien” (típico consejo de “amigo” optimista), y los más precavidos con su típico consejo que le resta importancia a todo y que casi nunca sirve, “hace lo que sientas”.
Yo ya estaba nervioso antes de conocer a la otra persona, y ni hablar cuando la vi entrar. Señora de 40 años aproximadamente, cabellera rojiza (se teñía las raíces de negro), pantalones vaqueros ajustados, botas hasta las rodillas, un abrigo de piel de animal en extinción y tanto maquillaje que no se le veía la cara. Entraba caminando moviendo el culo como modelo fracasada y la vista al frente como si fueran los demás quienes la tienen que mirar a ella, y no ella a los demás. En un momento, pero solo en un momento, me miró a los ojos y me dijo “lo espero arriba” (trato formal con el cliente).
En este preciso momento yo ya estaba más nervioso que tartamudo en discurso, más que nunca, las piernas me temblaban como si tuviera parkinson, pero ya no me podía escapar, ya no. Ella estaba arriba y no la podía hacer esperar. Junté fuerzas, me concentré en los consejos que había recibido (“hace lo que sientas” que “todo va a salir bien”… más bien parecen sacados de un libro de autoayuda), y subí al ascensor. En el ascensor, aprovechando la soledad me acomodaba la ropa y el pelo (cosa rara e imposible en mi, respectivamente), y se me vinieron muchas cosas a la cabeza, más que nada temas éticos o morales (nunca entendí la diferencia). La utilización de dinero en este tipo de situaciones habla (para mí) de una sociedad equivocada en sus principios, que se deja llevar por reglas no escritas que no tienen ningún argumento convincente.
Golpeé la puerta, ella la abrió con sutileza, se dio vuelta y con 3 pasos elegantes se acercó a la cama, y se acostó como si estuviera posando para la tapa de Gente (“estoy pasando por mi mejor momento”). Ahora si me tocaba hacer a mí, era mi turno.
Sin dudarlo y poniendo cara de “no es nada malo”, hice lo que tenía que hacer. Durante esos 2 minutos (sí, 2 minutos, y que) no sabía cómo moverme, por donde, y mi mirada apuntaba a cualquier lado con tal de no mirarla. Ella, como es habitual (según dijeron) parecía tranquila, como si hubiera vivido la situación miles de veces, demasiada naturalidad, como si no le importara nada (“Ester Piscores, a mí tampoco me importa nada”).
“Eso es todo” dije con un poco de vergüenza y la mirada aún perdida, a lo que ella respondió en forma de eco “¿eso es todo?”. “Si”, dije con mas vergüenza todavía mientras me acercaba a la puerta sabiendo que lo peor aún no había pasado, y temiendo que me dijera algo más. De pronto la puerta se abrió antes de que yo la toque, me asusté. Un hombre de 65 años, metro noventa, corpulento, con actitud de cómplice, entró en la habitación, me miró de arriba abajo, se acerco a la mujer y con voz ronca le dijo “¿ya está mi amor?”. Al escucharlo me entró una gran incertidumbre, ¿me habré equivocado en algo?, ¿me habré olvidado de algo? Sin girarme y como si no hubiera escuchado, seguí caminando hacia la puerta, cuando una voz femenina me dice, “no se valla, espere un momentito”, siguió con el trato formal. “Acérquese” dijo otra vez la mujer desde la cama, “esto es para usted”.
Acá venía una de las peores partes, la moral, la ética, no sabía si debía aceptar o no, si la rechazaba sería una falta de respeto, pero si la aceptaba me estaría llevando algo que no me había ganado, que no me merecía.
Me acerqué, junté los dedos de mi mano derecha, y puse la palma boca arriba como hacen los nenes cuando se va a explotar la piñata, y la señora puso un par de monedas en ese hueco.
“¿El día que nos vallamos puede venir también a buscar nuestro equipaje y llevarlo al coche?” dijo el señor con su voz ronca. “Por supuesto, y muchas gracias” respondí con firmeza, y me fui tranquilo sabiendo de que había hecho bien mi trabajo, que ya no iba a ser un debutante, y que esas monedas, no sé si me las gané o no, pero que pagaban la cerveza cuando terminara mi horario en el hotel.

1 comentario:

Califa de Suárez dijo...

jejejejejej MUy bueno el final, la verdad que no me esperaba que termine así, cuando iba por la parte de "...2 minutos..." me imagino que sabrás que me imagine y me reía solo...MUY BUENO!!!!!!!