lunes, 1 de septiembre de 2008

JuiCio PoPuLaR

Una señora de unos 60 años atiende el kiosko del barrio por el que pasan todos los nenes de su alrededor, por lo menos, unas 5 veces cada uno, con monedas de 10 centavos diciendo “¿para qué me alcanza?”, acompañando a sus padres para poder manguearles algo, o simplemente para ver cuantas golosinas hay, y soñar con ellas.

Yo tenía unos 9 años, estaba más en el club que en barrio, pero cada tanto también me daba una vuelta. Yo no necesitaba monedas para comprar algo, mamá tenía cuenta y yo podía llevarme lo que quiera con solo decir “anotalo”, total a fin de mes, mamá pagaría casi sin revisar que me había llevado.

Eran vacaciones de invierno, y ahora sí pasaba todos los días por el kiosko, con una táctica que no fallaba nunca, mientras pedía algo que necesitara mi mamá, me acercaba al estante de los chicles y me robaba un par de Bazzooka, de banana casi siempre. Volvía a casa, le daba lo que había ido a buscar a mamá Alicia, y salía corriendo a la calle, a comerme el chicle, y ansioso con leer el horóscopo y el chiste, romper el papelito en 4 partes iguales, y lo tirarlo al suelo; si quedaban 2 partes para arriba, y 2 para abajo el horóscopo se cumplía.

Varias veces, “el Ema”, otro nene del barrio, me había visto robar chicles, pero al ver que no era nada de gran valor, se lo tomaba como una gracia, me sonreía un poco avergonzado, y se callaba la boca. Pero un día todo cambió, pasé de ser una nene gracioso a uno maleducado, de ser un nene inteligente a ser un ladrón, y de ser un travieso a ser un mentiroso.

Ya se termiban las vacaciones de invierno, y qué final que me esperaba. Un viernes por la mañana, “el Ema” me ve robar los chicles, me guiña el ojo, y yo vuelvo a casa como siempre. A la tarde, mamá me manda a comprar leche y pan, y me da $10 (porque no era en el kiosco). Por la calle, me la cruzo a la mamá de Ema, y la saludo justo con la mano en la que llevaba el billete, ella saludó, pero no sonrió. Yo lo dejé pasar, tal vez no estaba en un buen día.

El sábado siguiente, voy a jugar a la casa de “el Ema”, y entendí el por qué de la antipatía de su madre el día anterior. En el momento que me la había cruzado, ella volvía del kiosko, y se había enterado de que alguien había robado $10 de encima del mostrador. El resto creo que se lo imaginan. Su hijo siempre me vio robar chicles, se lo cuenta a su madre, ahora alguien se roba $10, ella me ve con $10 en la mano. Una regla de 3 simple me condenó culpable del robo.

Yo intenté defenderme, diciendo que sí, que soy un ladrón de chicles, pero incapaz de robar semejante cantidad de dinero (en ese momento eran 10 dólares!!), que me crean, que no les mentía, pero no, no sólo no hubo caso, sino que como buen barrio que era, la noticia empezó a divulgarse, con su grado de teléfono descompuesto, y su poca pericia policial, es decir, las pruebas eran las palabras de los testigos, nadie consultó a mi madre, ni investigó las huellas digitales del billete, ni la hora en que se produjo el hecho, así son los juicios populares.

A mi no me importaba lo que diga todo el mundo, unos lo tomaron como un simple chisme de barrio, otros comentaban lo malo que yo era, y otros se compadecían al verme como un nene inocente después de mandarse una cagada. Pero a mi me importaba lo que dijeran los más cercanos a mi, y hubo de todo un poco. Los más amigos creyeron mi versión, los menos amigos pensaban que yo era asqueroso, impresentable, y las nenas estaban totalmente sorprendidas y horrorizadas a la vez. Todos me siguieron tratando como antes, aunque yo se que por dentro seguían pensando lo mismo. Por suerte, con el tiempo, mejoré mi comportamiento y varios cambiaron de opinión.

Pero no fue la única vez que el juicio popular me declaró culpable.

Era un viernes a la noche, era mi primer año como estudiante de Educación Física en Mar del Plata, y era de las primeras veces que salíamos todos los chicos del curso juntos. Nos juntamos en un departamento para entonarnos un poco, agarramos un par más de cajas de vino para el camino, y salimos caminando todos juntos hacia el boliche.

Una vez dentro, ya no necesitaba tantos amigos, con uno que me acompañe en “la caza” ya estaba contento. No se como (porque no me acuerdo) empecé a hablar con una chica, no era linda ni mucho menos, pero parecía “simpática”, cosa que para bailar un rato era suficiente. En eso cayó un amigo, que también la conocía a ella, charlamos los 3 un rato y después me dejó solo con la chica. Un par de canciones más, me despedí, y seguí mi viaje.

En el camino me encontré a varios de mis amigos, tomamos algunas cervecitas, y de nuevo cada uno a lo suyo. Yo saqué a bailar a una chica, que me pareció muy linda (recordemos mi estado de ebriedad), hablamos, bailamos, me fui acercando de a poco para robarle un beso, pero ella me dijo que “ahí no, vallamos a la escalera”. En el camino a la escalera, hay más luces que en la pista, y ahí me di cuenta que tenía un par de kilos de más, nada que me importara.

La escalera subía al “guardarropas” y era el lugar más transitado desde las 5.30 en adelante. Algunos ni se percataron que yo estaba con esa chica, pero si me acuerdo haber saludado a uno de mis compañeros de curso.

El lunes por la mañana viene Martín y me dice “mi amiga preguntó por vos”, yo me sonrojé, pero le aclaré que no había pasado nada. Me clavó la mirada, se rió, y siguió caminando. Pero un día todo cambió, pasé de ser una nene gracioso a uno maleducado, de ser un nene inteligente a ser un ladrón, y de ser un travieso a ser un mentiroso.

El martes por la mañana, entraba yo apurado al CEF (lugar donde estudiaba) y una chica que yo no conocía me dice al pasar “hola Fer”. Yo no me di vuelta, estaba llegando tarde. Pero al salir de la primer materia ahí estaba otra vez, “hola Fer”, esta vez presté más atención, y tampoco imaginé de donde nos conocíamos, si era que nos conocíamos. Martín se me acercó, y me sacó de dudas, era la amiga suya con la que yo había estado hablando el viernes a la noche, yo tenía “recuerdos en fotos”, no me acordaba del todo, y tampoco quería saber nada.

Pero el peor momento fue a la salida de la fotocopiadora, porque el juicio popular se hizo al instante, parecía que se había puesto de acuerdo todo el curso para ir a ver el espectáculo. Ella se me acercó y me empezó a hablar. No le presté atención a lo que decía, simplemente estaba intentando comprender lo que veía. Empezando por abajo (porque tenía la cabeza gacha, con actitud de hombre abatido), tenía unas sandalias que no estaban mal, pero con esas medias rayadas no quedaban demasiado bien; un pantalón de joggin, una blusa que debería ser de su abuela, y arriba, unos bigotes de chef italiano. Ah! Y aparte era fea.

Varios se sorprendieron de verme ahí, yo estaba colorado, avergonzado, me sentía observado. Pero no solo lo sentía, cuando me di vuelta estaba todo mis compañeros mirándome, como sorprendidos, intentando adivinar que es lo que estaba diciendome la chica, y acusándome como si hubiera matado a alguien.

Mientras todos se iban a clase comentando el episodio visto y opinando abiertamente, yo intentaba scarme de encima a esa chica, a la que le decía que no tenía teléfono, que no me acordaba bien la dirección de mi casa, que no podía escribir su número en mis fotocopias porque eran los apuntes de clase y era un chico muy prolijo.

Llegué al salón 2 minutos después que todos los demás, sentí que las miradas me penetraban, me analizaban, el murmullo fue general, pero no me animé a la levantar la cabeza, solamente deseaba que entre el profesor para dejar de ser el centro de atención.

Ellos se preguntaban quien era esa chica, que hacía ahí, si realmente la conocía, por que yo actuaba de esa forma y de donde había salido. Y las respuestas no tardaron en llegar, nuevamene el juicio popular tenía testigos y pruebas que parecían fiables, reales. Uno de los chicos les contó a todos que era una amiga de él, y que yo había estado con ella hablando y bailando, hasta ahí nada fuera de lo normal, pero también estaba mi otro compañero, ese que me vio abrazo y besandome con una chica. Las dos pruebas eran irrefutables, hasta los horarios coincidían, y a nadie le importó comprobarlo, escacés de pericia policial y yo nuevamente culpable.

Yo me defendí, conté la verdad, dije que más allá de estar bien o mal, yo era capaz de hacer cosas “mal vistas” de poco calibre, pero que sería incapaz llegar a ciertos límites que le hagan mal no sólo a mi reputación, sino a mi moral. Yo juré a todo el mundo que yo era el culpable del robo de chicles, pero que nunca había ni si quiera tocado esos $10.

A mi no me importaba lo que diga todo el mundo, unos lo tomaron como un simple chisme de barrio, otros comentaban lo malo que yo era, y otros se compadecían al verme como un nene inocente después de mandarse una cagada. Pero a mi me importaba lo que dijeran los más cercanos a mi, y hubo de todo un poco. Los más amigos creyeron mi versión, los menos amigos pensaban que yo era asqueroso, impresentable, y las nenas estaban totalmente sorprendidas y horrorizadas a la vez. Todos me siguieron tratando como antes, aunque yo se que por dentro seguían pensando lo mismo. Por suerte, con el tiempo, mejoré mi comportamiento y por suerte, varios cambiaron de opinión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Fer el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ahora yo pregunto, quien no se apretó una chica no tan linda, no tan flaca, con un poquito de vello en los labios a las 5 de la mañana en el CRU? un abrazo y aunque no siempre escriba comentarios son muy buenas tus notas...

Marioca dijo...

Es verdad... a la gente nos gusta eso... somos macabros, crueles, morbo y amarillistas.
Igual yo no te hubiese guiñado el ojo cuando estabas robando (pero si si te veo con una gorda!)

abrazo!