sábado, 27 de septiembre de 2008

iNMiGRaNTe oLíMPiCo

(Ya se que estoy fuera de fecha, pero tampoco vale la pena esperar 4 años más a Londres 2012, para escribir una pelotudez semejante. Imaginen que están esperando el turno en el médico y la revista que agarraron es de hace un mes, y ésta la anteúltima pagina, esa que no lee nadie porque va acompañada de una propaganda gigante de alguna pastilla adelgazadora).

Esperaba ansioso los Juegos Olímpicos, años y años, 4 exactamente, escuchando las palabras Pekín, Beijing, y China, y varios meses los nombres de Phelps y Bolt, además de los de Messi y Nadal, porque yo estaba en España, en Catalunya, perdón.

No es un dato menor lo de encontrarse en otro país para acontecimientos de este tipo. Olvidate de ver reportajes a los deportistas de tu país, olvidate de ver las actuaciones de tu país, olvidate de enterarte algo relativo a como va tu país, salvo que tu país, esté entre los 3 primeros en el medallero general.

Para que se den una idea de el patriotismo (pelotudez) de los periodístas españoles, les cuento que para todos ellos estos juegos olímpicos serán recordados como los juegos de Phelps, Bolt y Nadal. Los dos primeros batieron todos los records habidos y por haber en las dos especialidades olímpicas de mayor de tradición, la natación y el atletismo, de una manera abrumadora. Nadal ganó el oro en tenis. Sin embargo, los periodistas ponen a los 3 en el mismo escalón. A pesar de que la Australiana Stephanie Rice ganó 3 oros, por citar un ejemplo, el mundo, según ellos, debería acordarse de Nadal, que es un fenómeno, pero convengamos que no hizo ninguna hazaña.

Volviendo al desarrollo de los juegos, al YO teleespectador inmigrante en un país de periodistas patriotas, ly con una respuesta corporal y mental un poco extraña, experimenté una cadena de sentimientos de lo más contradictorios. Empecé por la adrenalina, el “subidón”, causado por las ganas de ver deportes que en realidad no me gustan, ni me interesan, pero que cada 4 años me hago el fanático y hasta me hago el que entiendo, comiéndome datos y estadísticas que no sirven para nada, y con fecha de caducidad en la ceremonia de clausura. Es entonces cuando uno habla de remo, tiro con arco, natación sincronizada, equitación, esgrima, etc.

La adrenalina me duró 4 o 5 días, no más. Cambié la adrenalina por la falta de identidad, traducida en desorientación y crisis de nacionalidad. Entré en este sentimiento cuando me di cuenta que en 5 días, no había visto ni una sola camiseta o banderita “blanquiceleste”. Un bombardeo sensorial con Televisión Española a la cabeza, pero con la gente que me rodeaba como soldaditos, inconscientes de su complicidad, hizo que yo me replanteara esa adrenalina. ¿Eran esos los juegos olímpicos que yo esperaba? ¿Era eso lo que yo quería ver? Definitivamente no. Me hicieron alentar por camisetas rojas y amarillas, y sentir dentro de mi cabeza una canción que dice “a por eios”, pero no lograron convencerme, me di cuenta enseguida (no podía ser).

Entonces dividí la falta de identidad en dos sentimientos separados. El primero, es que soy argentino y quiero ver a Argentina. El segundo, una especie de odio a España, odio deportivo causado por su pésima y patriota televisación y por sus periodistas, de iguales carácterísticas que la tele. Ellos me obligaban a ver españoles, y yo me vengaba internamente haciéndo fuerzas para que pierdan. Pero a los 4 o 5 días de hinchar por el país que juegue contra España, me di cuenta de que todavía no había visto competir a ningún argentino. Casi 10 días de competición, y yo no había visto ninguna competencia de argentinos (con excepción de Fútbol y Básquet). Y es ahí cuando mi sentimiento volvió a cambiar.

Me puse en el lugar de los otros, imaginé un español viviendo los Juegos desde Argentina, y entendí un concepto. Cada país televisa a los deportitas nacionales en todas sus instancias, y las finales de casi todos los deportes sin importar la nacionalidad de sus participantes. Eso se llama decepción. Que los argentinos no fueran televisados en España, no era por culpa de los españoles, sino de los propios argentinos, carentes de nivel para llegar a las finales. Yo no había visto solo los colores rojos y amarillos, había visto banderas de todos los colores provenientes de todos los continentes, pero ninguna celeste y blanca.

Ya decpcionado, empecé a indagar analizando los deportes y sus ganadores. Pero hay una pregunta que no tiene respuesta. ¿Cómo le fue a Argentina en los Juegos Olímpicos?
Una de las respuestas es la “oficial”, que dice que en el medallero quedamos en el puesto número 34. Otra de las maneras de responder, es dividir la cantidad de habitantes del país por la cantidad de medallas, pero tampoco me interesa demasiado. Por otro lado, ¿Vale lo mismo la medalla de oro de un idiota saltando en la cama elástica que la de un equipo de hockey integrado por 20 personas o más? ¿O si son 16 jugadores, el país suma 16 medallas? Para el comité olímpico vale lo mismo. Para la gente no.

Como amante del deporte primero, y como argentino después, quedé decepcionado. No concibo como deporte a un caballo dando saltitos de modelo, o a un gordo con una escopeta disparándole a un freesby. Que eso valga lo mismo que el esfuerzo de todo un equipo me parece una tomadura de pelo. Pero como argentino, no entiendo como todos los países tienen “deportistas” en estas disciplinas, pero nosotros no. ¿O no tenemos millonarios que quieran más a sus caballos que su mujer, o que se la pasen todo el día con una escopeta? También nosotros tenemos negritos que se cagan de hambre y corren un par de kilómetros descalsos para ir a la escuela, pero ninguno compite en las maratones. O no tenemos algún giganton hiperquinético al que el doctor le recomiende la natación como terapia, y salga un nadador como la gente. Algún loco que se crea Robin Hood y compita en tiro con arco, algún atleta que se dé cuenta que no sirve para ninguna prueba y compita en el decatlón, o algún patovica que levante pesas. Pero por lo visto a nosotros no nos importa nada de eso.

No nos olvidemos tampoco, que hay deportes respetables que entregan una cantidad de medallas con la que es difícil competir. Gimnasia artística entrega 10 medallas a cada sexo, o sea que un solo gimnasta puede llevarse 10 medallas él solito, mientras que los deportes de equipo entregan sólo una. Son pruebas parecidas, con leves diferencias, pero que cuentan como deportes diferentes. O sea que las dos medallas en hockey y basket que logró la Argentina con un trabajo de equipo espectacular en donde intervinieron 50 personas y para las que compitieron todo el mes de agosto, suman menos que las 3 de un chinito que sabe hacer mortales y las hace en el suelo, en el potro, y y en la barra, en una sola tarde.

Es entonces cuando miro el medallero, y me pregunto si Argentina le fue bien o mal. Miro los países que están arriba nuestro, y encuentro en sus medallas pruebas que para mi no son deportes, pero sin embargo ellos ocupan una mejor posición. Somos el país 34 en el medallero, estaremos un poco más arriba si dividimos medallas por cantidad de habitantes, ¿pero nos importa realmente subir en el medallero con deportes que ni si quiera sabemos el nombre? Tenemos la capacidad de emocionarnos con la medalla de Curuchet arriba de una bicicleta, pero nadie se hubiera puesto triste si no la ganaba. Nos alegra por él, pero no es un deporte que nos interese, y el ciclismo es sólo un ejemplo.

Estoy seguro, segurísimo, que a todos esos países que festejan medallas de deportes que nadie conoce, jugados por algunos fanáticos, les gustaría ser bicampeones olímpicos de fútbol, deporte mundial por excelencia. Y por eso, es que salimos de los juegos con pocas medallas, y la frente bien alta.

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