lunes, 3 de enero de 2011

Que LoS CuMPLa ... oTRo

Nunca me había pasado antes, cuando era un chico un poco más tímido (o más digno) y mantenía cierta coherencia interna de no hacer lo que no sabía o no me gustaba. La necesidad laboral en mi “aventura europea” me llevó de a poco, a algo que yo había practicado solamente de noche y borracho, el no saber decir que no.

Durante mi época universitaria, nunca había querido “animar” fiestas de cumpleaños, tal vez el trabajo de menos responsabilidad y mejor pago al que puede aspirar un estudiante de Educación Física, pero cuando el pago es en euros todo cambia. Además de la enseñanza de todo tipo de deportes de los que no tenía (ni idea ni) experiencia alguna, acepté el papel de “animador” de cumpleaños y bautismos.

Lejos quedaron esos cumpleaños en alguna casa con la madre llenando las compoteras de chizitos y papas fritas (compradas sueltas), de nenes jugando a la pelota en el patio y nenas mirando desde el costado, de familiares sentados alrededor de la mesa cuando las sillas alcanzaban, de la búsqueda del tesoro armada por la hermana mayor, o de la prima del cumpleañero disfrazada de payaso.

Ahora los cumpleaños pasaron a ser una vidriera de lo que tengo y lo que puedo, que en un gran porcentaje se traduce en lo que quisiera tener y hago que lo tengo para que los demás piensen que puedo.

Desde esas primeras animaciones en la alta sociedad catalana hace 3 años, pasando por diferentes fiestas italianas, y hasta los días de hoy en las indescifrables clases sociales marplatenses, estuve en más fiestas de cumpleaños que en todo el resto de mi vida, en las más variadas situaciones que se puedan imaginar.

Al principio me llamaban la atención pequeñas cosas, como por ejemplo que los nenes catalanes coman aceitunas como si fueran chizitos, cuando acá se dice que hacen mal; que en Italia gasten una fortuna en la comida pero los platos y vasos sean de plástico, o que en vez de traer pizzetitas calentitas tipo 3 de la mañana traigan “fideos largos” y la gente baile comiendo spaghettis.

Toda la información que iba guardando en “pasiva” se activó con una excelente escena de una película argentina. Se conectaron los spaghettis con las aceitunas, el “tanti auguri” con el “felicitats”, los vasos de plástico y el despilfarro, los regalos y Diego Peretti; todos los caminos condujeron a Roma.

Los protagonistas de Tiempo de Valientes iban charlando en un auto cuando a uno de ellos se le revela un secreto musical escondido, “el payaso plin plin” tiene el mismo ritmo que el “FELIZ CUMPLEAÑOS”. Entonces me di cuenta de lo que pasaba.

Tal vez la parte más esperada e incómoda del cumpleaños, sea esta expresión musical reconocida y usada mundialmente, con letra poco producida y un ritmo no muy ingenioso, con miles de versiones a su favor no demasiado buenas. Como decía Les Luthiers, “un gran compositor, creador de grandes éxitos”; “Y... una de dos”.

No se si ya lo hicieron o no, ni si quiera si se lo merece, pero más de una vez me encontré analizando no sólo la canción más cantada del mundo, sino el momento de la misma, asi que empecemos por lo importante, que en este caso es el cumpleañero.
Depende la edad del festejante o tipo de fiesta en la que estemos la situación puede ser muy diferente hasta converger en un final común. Puede ser que todos estén repartidos entre el pelotero y el laberinto, o bailando algún ritmo latino, o haciendo la sobremesa charlada después de una comida. Ese momento de diversión se corta con la llegada a escena de una torta que se apoya en alguna mesa, indicando el lugar donde se debe ubicar el agasajado y los invitados.

Antiguamente, y cuando la generación del 80 cumplíamos pocos años, nuestros amiguitos se ubicaban alrededor nuestro y nos ayudaban a soplar las velas, pero actualmente esto cambió, los invitados se ponen en frente dejándote ese momento solo para vos, sin ayudarte ni a soplar, ni a pasar un poco desapercibido.

Una vez detrás de la torta, levantás la cabeza para comprender el momento, los movimientos en el fondo buscan la tecla para apagar la luz, y alguien pregunta por los fumadores para pedir prestado el encendedor. Las velas se encienden, los invitados empiezan a cantar, y vos no sabés que hacer.
Todo parece ir en cámara lenta, la canción no avanza, observás las caras de la gente y la mayoría sonríen, pero vos no sabes si sonreir con ellos o si sumarte al canto, si quedarte callado y acompañar con las palmas o simplemente no hacer nada y mirar las velas como si pensaras en los 3 deseos, no sabés a qué cámara mirar y tenés ganas de soplar y de que se acabe ese momento, pero hay que esperar la parte en la que todos dicen tu nombre (si es que lo saben) que indica que la canción está por terminar, y ahí sí, todos aplauden contentos y vos hacés gestos con la cabeza agradeciendo ese momento casi incómodo que uno tiene que pasar.

Pero vamos a un momento que por pasar desapercibido no deja de ser importante. Para los que entendemos la música como una matemática, por falta de cualidades auditivas claro está, nos damos cuenta que el “Feliz Cumpleaños” se puede cantar en un 3/4 o en un 4/4. Cuando se empieza a cantar, nadie diferencia uno del otro, cada uno tiene su melodía preparada, pero siempre los que cantan en 3/4 arrastran a su ritmo a los que esperan un pulso más para arrancar con el segundo verso. Esto hace que la canción parezca tener eco, y es la primera descoordinación.

(NOTA: hacer la prueba en casa, 3/4 aplauden 3 veces por verso, 3 pulsos; 4/4 aplauden 4 veces por verso, 4 pulsos)

El momento clave llega a la hora de pronunciar el nombre del cumpleañero. En primer lugar, cualquiera de las versiones está armada para que la métrica del verso del nombre, incluya uno de 3 sílabas, acompañando cada una de estas con un aplauso. Inclusive los nombres más largos son fáciles de ajustar también.

El gran problema lo tienen las personas de nombres cortos, porque como nadie se pone de acuerdo antes de empezar sobre como ajustar el nombre a la canción, no se entiende nada a quien se lo están cantando. Un gran porcentaje, decide estirar la última silaba para pronunciarla en dos tiempos, Ma – rio – o, que es algo lógico pero que suena bastante mal. En cambio muchos otros mezclan el nombre del cumpleañero con la relación personal que tienen con él, entonces los padres, tíos, abuelos, primos y hermanos mayores, aplican un diminutivo que transforma el nombre a 3 o 4 sílabas. Ma – ri – to, pero los sobrinos dirán Tio – Ma – rio, los nietos Abu – Ma – rio, sus empleados Señor – Ma – rio, y todo esto sin nombrar a los que balbucean la primera parte por ausencia de conocimiento del nombre del agasajado, pero cantan fuerte las últimas dos sílabas para no quedar tan mal.

El cumpleaños de uno es un momento muy esperando por (casi) todos, pero sería ideal si nadie te cantara esa pésima canción, que no dura más de 10 segundos, al menos que el animador o alguna otra persona ponga en la computadora o el minicomponente alguna de esas pésimas versiones donde repite 652 veces toda la canción, haciendo que ese momento tan esperado resulte como mínimo incómodo, y no termine de pasar nunca.

1 comentario:

Alicia Turner dijo...

Singuí uctumi!!!!, y cómo roban con los temas infantiles, hay taaaaantos otros ejemplos...Muy gráfica la explicación del ritmo binario, genio!